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10 de julio de 2014

La Martinica a ojos de una europea

La primera vez que se va al Caribe nunca se olvida. Bueno, digo yo... Yo no lo he olvidado porque fue justo hace un año. Seguro que me acuerdo durante mucho tiempo, pero por si acaso mi memoria me la juega, prefiero dejar algunas impresiones aquí escritas.
Aunque pueda parecer mentira, el Caribe nunca ha sido un destino que me "llamara tanto", tenía otras prioridades. ¿¡Quéeeeee!? Sí, lo sé, cómo se puede decir algo así... Claro que si puedo ir, me voy de cabeza, pero nunca pensé en ahorrar específicamente para hacer un viaje así. Sin embargo, tener un amigo local que te acoja y te enseñe la isla de cabo a rabo es un buen aliciente para no posponer un viaje tan idílico. Así que allí que me fui: a La Martinica, la isla de las flores. Me fui sin saber con qué me encontraría, tan solo con la idea de "voy al Caribe, al paraíso". Y... así fue. Aluciné con las playas, con el agua clara y con los paisajes. Pero hoy no os voy a hablar de qué ver en Martinica, dónde comer, etc. Eso lo guardo para otro post y podéis ir a verlo por vosotros mismos por el módico precio del billete de avión. Hoy prefiero rememorar el viaje desde un punto de vista más... perceptivo.

Para meterte de lleno en el ambiente e imaginarte en Martinica,
lee el post escuchando esta canción,
que fue la banda sonora de mi viaje
Lo primero que pensé nada más poner los pies en tierra caribeña fue "me ahogo" (miento, fue "¡menudo pelo lleva JC!", pero esto no es relevante para la historia). La humedad te da una bofetada nada más salir del aeropuerto y parece que te falte el aire para respirar. Claro que a los 5 minutos estás tan emocionado que ni lo notas.

Yo llegué sobre las 17h, así que casi se estaba haciendo de noche. Y cuando cae la noche martiniquesa, la isla retumba: ¡pensaba que me iba a volver sorda! ¿Qué es ese ruido? ¿Qué ruido? ¡Ese! ¿No lo oyes? ¡Si es atronador...! Vas tan tranquila en el coche, con las ventanillas bajadas y temiendo por tu vida porque el conductor va a toda pastilla por unas carreteras que nada tienen que envidiar a las de los Pirineos (por lo sinuosas y empinadas), cuando de repente oyes un ruido ensordecedor. Crees que son grillos pero es imposible que canten tan fuerte. Bajas el volumen de la radio para que tu compañero de viaje lo oiga y te diga qué es. Y... sí, es el canto de los grillos. Me dio hasta dolor de cabeza. No os preocupéis, a los 3 días ya ni los oía. Pero fue entonces cuando descubrí que en Martinica nunca oirás el silencio absoluto de la noche. (A menos que vaya a haber ciclón, porque entonces los grillos no cantan).

Un día tras otro y durante todo el año, se hace de noche sobre las 18:30h. Fue todo un choque comparando con el verano eterno de París (donde a las 23h aún quedan restos del atarceder). Y con la llegada de la oscuridad parece que se acaba la vida en la isla: todo el mundo vuelve a sus casas y queda muy poca gente por las calles. A menos que vayas a una soirée, a cenar a un restaurante o a dar un paseo por el Malecón de Fort-de-France, te encontrarás merodeando por calles bastante desiertas.

Visitad Fort-de-France de noche, y después visitadla de día. ¡No tiene nada que ver! Parecen dos ciudades distintas... Y si podéis, id a ver el mercado y de paso comprad alguna guayaba (o, aún mejor, zumo de guayaba).

En Martinica vi la puesta de sol más bonita que había visto nunca (hasta que fui a Cuba). Fue desde la Place des Arawaks, en Schoelcher. Mi consejo es que paséis la plaza y vayáis a sentaros sobre las rocas que dan al mar. Al día siguiente ya quería volver.

¡Sobreviví a una tormenta tropical! Vale, no fue el fin del mundo ni pasé miedo, pero derribó un montón de árboles, hubo carreteras cortadas y estuvimos en alerta naranja (que quiere decir "no salgas de casa"). Pasamos el día sin electricidad, jugando a juegos de mesa y, cuando pasó lo peor y levantamos las persianas, vimos que las vigas de la casa que construían al lado estaban todas torcidísimas y que la enorme palmera de enfrente se había caído, dejando al descubierto la finca de un béké.

Aprendí qué es un béké y nos adentramos en su territorio: los campos de caña de azúcar. Los békés son los descendientes de los blancos que fueron a hacer negocio hace varios siglos. Aún forman el 1% de la población (con la abolición de la esclavitud algunos dejaron la isla, otros se integraron/mezclaron con los nativos o, en el caso de la Guadalupe, fueron masacrados) y aun así concentran el 90% de las riquezas de la isla... Todavía quedan algunos que viven en enormes villas y complejos integrados detrás de los campos de caña de azúcar y con vistas al mar...

¡Las casas me encantaron! (Las martiniquesas, no las de los békés) Pensé que todo el mundo debe ser rico para construirse semejantes caseríos. ¡Y tan coloridas! Me encantaron: arquitectura colonial, colores a tutiplén, porches para disfrutar de las vistas y la humedad haciendo estragos de los suyos que añaden aún más encanto. Y para más inri, la arquitectura cambia un montón de norte a sur de la isla.

El norte y el sur son muy diferentes, a pesar de ser un territorio tan pequeño. Yo estaba más bien al sur, con mucha vegetación: palmeras, cocoteros, plataneros, cañas de azúcar, flores... playas de arena blanca y el cielo más bien despejado. Pero conforme vas subiendo, todo cambia: los árboles son más frondosos e incluso hay más vegetación, las carreteras se vuelven más empinadas, las playas son de arena negra y el cielo está más bien gris y nublado.

Además el norte da un poco de miedo por sus carreteras (estrechas, empinadas y casi siempre mojadas por la lluvia o la humedad). Entre ellas destacan la del día en que pensé que iba a morir y la del 2° día en que pensé que iba a morir incluso con más certeza que el primero. Hay que tener un nivel de conducción profesional para descubrir los rincones más bonitos y las playas más recónditas. Los destinos a los que conducen merecen la pena (si no sufres de vértigo o de problemas cardíacos), porque además están poco frecuentados.

Flipé cuando descubrí que sólo puedes ir de una punta a otra de la isla por un lado: ¡por el otro está cortado! Los habitantes de Grand Rivière, Macouba o Basse-Pointe solo tienen una salida de su ciudad: una única carretera del demonio (a causa de la escarpada montaña). Pero es que por el otro... ¡ha sido imposible dominar a la naturaleza! El paisaje es demasiado abrupto. ¡Increíble!

Los paisajes son... abrumadores. Yo no tengo talento fotográfico y en el blog ha quedado probado: pese a mis intentos de captar el momento y la emoción que transmite la naturaleza de la que estaba rodeada... he fracasado. Pero me encantó el hecho de que sea tan salvaje: vas a la playa y no llevas sombrilla, te pones debajo de un árbol (¡pero cuidado, nunca debajo de un cocotero!); hay un montón de bichos con los que convivir y además tienes que tener cuidado porque algunos son pequeños pero matones y si encima los aplastas, huelen fatal; haces una excursión y ves un montón de fauna (todo tipo de cangrejos) y de flora (con hojas que son más grandes que tú de la punta de los dedos hasta los pies); vas por el bosque tropical y si empieza a llover tienes que salir pitando si no quieres sufrir graves heridas provocadas por un árbol en apariencia inofensivo... y así un largo etcétera de supervivencia.


Hasta los pájaros lo saben:
cuidadín con el Mancenillier
De hecho, cuando los pájaros no se comen el fruto de un árbol... por algo será.
Aprendí qué es un rastafari y vi uno en su hábitat natural. ¿Que queréis saber cómo y cuándo encontrar a uno en su estado natural? Muy fácil: tan solo hay que hacer una excursión, no encontrar las marcas del sendero, perderse y decidir que lo mejor será subir por el río (literalmente) hasta llegar a la cascada -que es el punto final del paseo; cuando ya no puedas con tu alma, tengas las deportivas rotas de escalar por las rocas y las rodillas con rasguños de resbalar por estas mismas, y avances sirviéndote de tus 4 extremidades por el bien de tu equilibrio, verás pasar un individuo en chanclas, con una bolsita de plástico como todo complemento de supervivencia y sorteando la naturaleza como si paseara por una calle bien pavimentada. ¡Enhorabuena, lo has encontrado!

Vi iguanas, atrapé una estrella de mar (que después liberé), hice buceo y vi peces preciosos, toqué una anémona que se cerró al instante, cogí un erizo de mar (hacen cosquillas por abajo) y vi pelícanos tirarse en picado al agua. Vi una carrera de yoles rodeada de viejitos que tomaban el "aperitivo" (con ron a palo seco y sin hielo) mientras comía pâte de guayaba (¿existe algo más delicioso?).

La respuesta es sí. En Martinica descubrí mi bebida preferida en el mundo entero y que debe ser un manjar de los dioses: el zumo de azúcar de caña. Si no habéis tenido el privilegio de probarlo, mejor: os evitará echarlo de menos y buscarlo como posesos por el continente europeo, donde a veces lo venden en tetrabricks tamaño pulgarcito pero que tan sólo son un pobre sustituto del original.

¿Qué fue antes, el coco o el cocotero?
Esto también me permitió darme cuenta de que en Europa somos un pelín exagerados respecto a las normas alimenticias: queremos que todo lo que compramos haya pasado todos los controles habidos y por haber. Me parece muy legítimo y apropiado para la salud, pero a veces un poco exagerado. No hay nada como comprar fruta al borde de la carretera o en mercadillos improvisados: ¡esa sí que es fruta fresca y viene directa de la huerta!

Guía molón que no tiene nada que envidiar a Tarzán
Y más fresco aún fue beber agua de coco recién cogido. Estar en medio de una excursión, sedienta y cansada y ver cómo escalan a un cocotero y con un "mini" machete abren un coco delante tuya... es genial. ¡Y beber directamente del coco hace que te sientas como una auténtica aventurera!



Fue un viaje en el que descubrí un montón de cosas que desconocía y que resultaron convertirse en "mis favoritas": comida (pasta de guayaba, pollo al coco, pollo colombo, pizza plus, plátanos fritos...), bebida (zumo de azúcar de caña, zumo de guayaba, zumo de mango...), fauna (desarrollé una extraña afición por los pájaros), lugares y momentos.

¿Quién me lo iba a decir? ¡El Caribe ha resultado ser uno de mis lugares preferidos! (Claro que dicho así... suena evidente)

18 de junio de 2014

Cuba: Lo que te han contado vs. Lo que vives

Todos conocéis la sensación: sale una nueva película, y toda la gente que conoces que la ha visto te habla de ella como la mejor película que han visto en años, o la más divertida, o te describen emocionados los mejores efectos especiales del siglo... Y cuando por fin vas a verla, porque es LA película, dices: está bien, está muy bien, pero no es para tanto. Lo mismo pasa cuando dices a la gente que te vas de vacaciones a Cuba: empiezan a contarte las maravillas de cuando ell@s estuvieron allí. Hasta la fecha, nadie me ha contado haber vivido una mala experiencia en este país. Por eso, yo que me hago ilusiones en seguida, tenía las expectativas por los aires (aunque puse mucho empeño en que no fuera así, para no llevarme posibles decepciones). Pero claro, cuando tus padres (que acaban de visitar Cuba por primera vez) te cuentan una maravilla tras otra, otro de tus amigos está enamorado del país y el resto de tus conocidos no paran de repetirte lo bien que te lo vas a pasar y lo guay que es... pues te vas ilusionando, te vas ilusionando... hasta que llega el primer día en La Habana y no sabes muy bien qué esperar, y tienes miedo de perderte aquello de lo que tanto te han hablado y convertirte en la primera persona que conoces para la que Cuba no es tan excepcional como para el resto de seres humanos. Más o menos es lo que me pasó a mí. Cuba me encantó, aunque no sé si tanto como pensaba que lo haría.

Hay aspectos sobre los que me contaron cosas increíbles y no fue para tanto (como la ceremonia del cañonazo en la Habana, aunque sí, hay que verla) . Hay cosas sobre las que me hablaron y fue casi tal y como me lo habían contado. Y hay cosas sobre las que nadie me habló y fue genial descubrirlas por mí misma, verlas a través de mis propios ojos, sin una idea preconcebida. Por si estáis pensando visitar Cuba y vuestros conocidos empiezan a deciros "Bua, ya verás es genial porque..." o "me encantó por tal y tal...", mi consejo es: escuchad lo que os dicen, y si os dan buenas direcciones aún mejor, pero id como si no supierais nada de las experiencias de los demás y concentraos en vivir vuestro viaje, no el de los que ya estuvieron allí. Dejad en la aduana la idea que os hayáis podido hacer de cómo será, olvidad lo que os han contado, y preparaos para disfrutar de lo que Cuba os pueda ofrecer. Porque un mismo país siempre cambia con cada persona que se aventura en él, y la percepción que haya podido tener tu vecino no será la misma que la tuya. Yo no seguí mi propio consejo y este post es el resultado de ello.

Cómo me contaron Cuba:

La gente:
    • todo el mundo es majísimo, se desviven por ayudarte con lo que sea. Nada de caras largas, siempre muy agradables.
    • viven tan en la miseria que muchos te piden una ayudita (jabón, bolis, que les compres alguna cosa, dinero...).
    • los cubanos te van a tirar mucho los tejos.
La música, el ambiente y los bailes:
    • ¡En cada esquina hay música! ¡A todas horas, en cualquier parte!
    • hay mucho ambiente, en cualquier parte se baila y todos los cubanos bailan requetebién.
La comida y la bebida:
    • "Los mojitos son los mejores que hemos probado nunca".
El transporte:
    • Cuba está llena de coches americanos de los años 50.
    • los autobuses (omnibus) de los cubanos son un armatoste de hierro... y en contraposición los de los turistas son autobuses normales, como los de Europa
La vida comunista:
    • hay mucha miseria, viven con lo necesario e imprescindible y todo lo reutilizan hasta el infinito; de todo sacan provecho
    • allí todo el mundo es mecánico y electricista, por necesidad. Los que tienen carreras universitarias (la mayoría de la población) se dedican al turismo (taxistas, camareros, guías, etc.)
    • las ciudades están en ruinas
Así que, sabiendo tantas cosas de Cuba y habiendo oído tan buenas historias, estaba convencida de que iba a ser el viaje de mi vida. No lo fue.
¡Personas del mundo que me han hablado de Cuba, yo os maldigo!

Cómo yo viví Cuba:

La gente es muy  maja. Siempre muy agradables y viven muy en la miseria. No me pidieron cual mendigos (excepto en una ocasión y el tío fue bastante borde cuando le dije que no...) y sin embargo pensé que casi siempre te intentan timar. Para mí, que no estoy acostumbrada a negociar, fue la perdición. Los taxistas, los cocheros, los que contratamos como guías, los restaurantes, los vendedores... No lo critico y obviamente no fue todo el mundo, pero a veces me sentía un pelín turista estúpida.
Ni los cubanos me tiraron (tanto) los tejos (quiero creer que porque iba acompañada y no por fea...) ni me sacaron a bailar. ¡Esto sí que no me lo esperaba! Me dije: "soy joven, sé bailar un poco y soy maja, no se me resistirán". Angelico... descubrí que los cubanos prefieren sacar a bailar a las maduritas, y si están con el puntillo de tantos mojitos, mejor. Cuando vi el panorama decidí tomar cartas en el asunto y pedirles que bailaran conmigo directamente, pero no contaba con que tuviera que ponerme a la cola (estaban muy solicitados)... para al cabo de un par de canciones ser olvidada. En 10 días, el número total de bailes con un cubano auténtico fue de... 3. Respecto al tema de la música y el ambiente, también me quedé un poco decepcionada. Me temo que también dimos con los lugares incorrectos en el momento incorrecto, y en lugar de un ambiente a lo Dirty Dancing, terminamos en un par de garitos donde la pista, además de grande, estaba vacía y donde había un desfile de chicas "de compañía". Tampoco vimos ninguna rueda callejera, pero creo que para eso hay que ir más bien a Santiago.
¿Los mojitos? Deliciosos (casi todos, porque en el todo incluido de Varadero... parecían sacados de la piscina), "pegaban" fuerte y mezclados con el calor hacían que no sintiera las piernas.
Lo que no me esperaba, y doy gracias por que nadie me hubiera prevenido, es que hubiera taaaanta gente por la calle, a todas horas, en cualquier parte. Los que dicen que Nueva York es la ciudad que no duerme, deberían pasarse por La Habana. Increíble.
No esperaba tampoco encontrar tanta propaganda. Luego lo piensas y, claro, es lógico en una dictadura... Había leído 1984 y me parecía estar dentro de un libro similar, versión caribeña. Reiniero, nuestro cochero del primer día, era hijo del castrismo. Su discurso parecía sacado de un mitin y fue el más claro ejemplo de cómo muchas personas repiten lo que se les dice que es la verdad.

Tampoco sabía que Cuba, y sobre todo La Habana, tuviera un olor: a petróleo. No sabía que el viento soplara tan fuerte que te deja ciego y sucio. No sabía que las olas sobrepasaran el malecón y se adentraran hasta las casas. No sabía que el agua de la cisterna apenas tuviera presión y que los frigoríficos apenas conservan los alimentos fríos. No sabía que el zumo de azúcar de caña fuera una "viagra natural" (Reiniero dixit). No sabía que en las calles hay todo tipo de vehículos. No sabía que casi todo el mundo allí es un artista ni que muchos chapurrean el ruso. No sabía hasta qué punto la gente busca alguien que le abra las puertas al resto del mundo.

Con qué me quedo de mi viaje:


Con Cárdenas, que no estaba prevista en el viaje pero como casi siempre, lo más imprevisto termina siendo lo mejor. Allí vimos un mercado, probamos frutas típicas y bebimos sin preocuparnos por si el agua nos haría ponernos malos... visitamos dos museos y aprendimos un montón de cosas guiados por un amigo.

Con La Habana, descubrir su olor, su calor pegajoso y perdernos por las calles para terminar encontrando un comercio donde tomamos zumo de guarapo por tan solo unos céntimos.

Con haber trabado amistad con un cubano al que le iba bien entablar conversación para olvidar una discusión con una amiga.

Con haber flipado con las cosas que no sabía y quedarme enamorada de los colores y la arquitectura.

Con el paseo por la playa a la luz de la Luna llena y haber pasado miedo cuando una nube la tapaba.

Con ver ponerse el sol sobre la línea del firmamento en el océano.

La Habana (foto de Google)
Y, sobre todo, me quedo con la esperanza de poder volver algún día.