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5 de marzo de 2015

Teruel, ciudad del amor

En un lugar de Aragón, de cuyo nombre no quiero olvidarme, ha mucho tiempo que vivían unos enamorados. Isabel se llamaba ella, y Diego él. La historia es ampliamente conocida por las gentes de esos lares. Diego, segundo de una familia no pudiente, no recibió la bendición del padre de Isabel, quien quería casarla con un señor de su condición y alcurnia. Para poder estar con ella, Diego debió partir al frente y allí hacer fortuna. Durante 5 años Isabel prometió esperarlo. Pero su padre, que satisfecho no estaría de tal enlace, la casa con Don Pedro de Azagra, afirmando que Diego de Marcilla ha muerto en la guerra. Isabel, que debe obediencia a su padre, se casa un día antes de que el plazo venza. Un día después de la boda, cuando se cumplen los cinco años que Diego pidió para hacer fortuna, este último llega a la ciudad, donde lo reciben las peores noticias que habría podido escuchar: Isabel de Segura, su amada, se ha casado con otro. Abatido, acude a su encuentro y le pide un único beso, cuyo recuerdo le bastará para encontrar un motivo para vivir. Isabel, que es dama obediente y fiel, que ahora se debe a su marido, se lo niega, y Diego cae muerto de pena. Al día siguiente se celebra el funeral de Don Diego, a cuyo féretro se acerca una mujer vestida de negro con el rostro cubierto por un velo. Es Isabel de Segura, que ha venido a darle el beso que le debía y, de amor, cae muerta. Don Pedro, su marido, comprendiendo la tragedia, ordena que los entierren juntos, como marido y esposa, que es lo que debieron ser en vida.


Muchos siglos han pasado desde tan trágica historia, pero los habitantes de Teruel rinden homenaje a estos amantes, que ahora yacen uno junto a otro para toda la eternidad; y cada mes de febrero la ciudad recrea el ambiente de la época para celebrar los festejos. Dichas festividades se desarrollan durante tres días, marcados por tres escenas principales: la boda de Isabel de Segura con Don Pedro de Azagra; la llegada de Don Diego, su reencuentro con Isabel y la petición del beso, cuya negativa provoca su muerte; y, por último, el funeral de Diego y la muerte de Isabel. Para concluir, un discurso desde el balcón de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, donde el pregonero relata de nuevo la historia y pide al público que dé un beso a su enamorad@, rindiendo así homenaje a estos amantes. Y así, el pueblo entero revive este amor de leyenda.

Teruel, ciudad romántica y mudéjar, se viste de época medieval y sus calles rebosan vida y alegría. En cada rincón se esconde algo que visitar: un mercadillo, un teatro de juglares o romanceros, una exhibición de aves rapaces, una demostración de danzas, un torneo medieval o incluso echadores de cartas. Perderse es complicado en este pequeño emplazamiento, pero el viajero se sentirá agradecido de poder pasear por sus callejuelas descubriendo toda la magia que esconden los edificios que lo rodean. Actividades habrá para todos los gustos, desde el toro nupcial (un ritual de fertilidad que consiste en pasear un toro por la plaza principal para que la nueva esposa conciba muchos retoños) hasta un torneo real en el que el rey luchará contra sus enemigos. El despliegue de mercadillos y puestos de comida ocupa gran parte de la ciudad, e incluso los oficios tienen cabida en esta festividad: quien lo deseé podrá acercarse al puesto de los herreros o esquiladores para ver cómo trabajan, e incluso los astrónomos prestarán a quien lo solicite su telescopio y conocimientos de las lejanas estrellas. Visita obligada es también el mausoleo de los amantes, donde yacen los enamorados con las manos casi entrelazadas pero sin llegar a rozarse. 

Hoy en día, el siglo XIII se mezcla con las tecnologías de nuestra era, dejando al visitante divertidas imágenes: un soldado templario que habla por el móvil, unas doncellas que llevan gafas e incluso unos caballeros haciéndose un selfie. Aquellos que no lo organicen con tiempo suficiente pueden encontrarse con los hoteles y albergues llenos, pues numerosos son los turistas que acuden a ver las representaciones. Todos los que ya han visitado la ciudad en estos días saben que les esperan largas horas de pie, aguardando que la función comience, si quieren conseguir buen sitio para verla. Las inclemencias del tiempo muchas veces no ayudan, por lo que es conveniente llevar suficiente ropa de abrigo.

Pero a pesar del frío, la masificación de gente y el olor a asado que inundan los rincones, esta celebración bien merece ser vista al menos una vez en la vida. No solo por el espectáculo de contemplar una ciudad entera participando en el "teatro", ni por sus construcciones mudéjares, como las torres y la catedral, que bien merecen una visita más detallada. No, esta celebración merece ser vista por la emoción que desata en cada uno de los espectadores; cuando ni grandes ni pequeños, ni hombres ni mujeres, pueden evitar emocionarse ante la negativa de un beso que ha sido esperado toda la vida.
Foto vista aquí

27 de junio de 2014

Un viaje... inaudito

Este ha sido, sin duda, el viaje más surrealista de toda mi vida. No aconteció en un lugar remoto ni exótico; no era un plan de alucine; no fui pensando que siempre me acordaría de este viaje. El programa era simple: un grupo de amigas, un coche, un cámping, una semana y la idea de visitar el País Vasco (San Sebastián y algunos pueblitos de la zona) y tal vez las Landas francesas. Vamos, un viaje nada fuera de lo común pero que tienes muchas ganas de hacer por la compañía y la emoción de que es tu primer "road trip". No sabíamos que el viaje se nos iría de las manos. No sabíamos lo que nos deparaban el destino... ni la previsión meteorológica.

Empezamos el viaje: salimos de Zaragoza con destino San Sebastián. Cogemos una carretera nacional porque pasamos de pagar los peajes. Viaje sin incidentes, cantando La Oreja de Van Gogh para ir ambientándonos y rememorar nuestra infancia. Llegamos al cámping y después de montar el tinglao, nos damos cuenta de que nos faltan muchas cosas... camping gas, alguna silla, ¿papel higiénico? no recuerdo si llevamos. Sí recuerdo que los baños nos caían lejísimos... Pasamos un par de días o tres disfrutando del festival de jazz de San Sebastián, y lo único que nos falló fue el tiempo: era verano y hacía bastante fresco... Lo más remarcable (o al menos que yo recuerde) fue pensar que hay gente muy motivada en San Sebastián, haciendo footing a las 6 de la mañana bajo la lluvia y con el frío. Después de pasar el fin de semana, algunas nos tuvieron que abandonar por incompatibilidad laboral. En aquel momento pensamos "ellas se lo pierden", poco después desearíamos habernos ido con ellas...

Comienzan los imprevistos: como en todo viaje, puede pasarte que te llueva o surjan imprevistos. Claro que cuando vas con idea de vacaciones de verano, a la playita y en plan visitar tranquilamente, pues te deja un poco trastocada que no sea como tú quieres. Nos llovió. Nos llovió muchísimo. Y decidimos que cambiábamos el plan original: iríamos a ver pueblecitos de la zona pero elaborando una ruta. Destino: allá donde no llueva. Para eso acudimos a Mutriku, donde teníamos estratégicamente una casa con tele. La encendemos y... previsión meteorológica para la próxima semana en varios kilómetros y comunidades a la redonda: lluvia torrencial. ¡Da igual! Vamos a bajar hacia Vitoria, que como es el "sur" seguro que hace bueno. No, mejor no... ¿en Vitoria qué se puede visitar? Yo prefiero ir de ruta por los pueblos y de cámping donde nos pille. ¿Y si seguimos con el plan original y vamos hacia Francia para ver las Landas? Creo recordar que nos intentaron prevenir: pero si seguís subiendo... aún hará peor tiempo, ¿no? Nosotras no escuchamos, era un planazo: ¡Venga!

Carretera y manta: vamos subiendo, visitamos algún pueblo (¿o fue solo uno?) y la lluvia nos acompaña todo el camino. Los que me lean pueden pensar que somos unas señoritingas y que por 4 gotas no pasa nada. Sí, si eso lo sabemos. Pero aquello era el diluvio universal 2ª parte. Pasamos las Landas, la lluvia arrecia y no sabemos qué hacer. A estas alturas del viaje hemos convertido el coche en nuestra casa, o más bien en nuestra pocilga; la conductora y la copilota vamos como reinas, pero la pobre de atrás apenas tiene sitio para sentarse: todas las cosas que no tuvimos tiempo de meter ordenadamente en el maletero están en los asientos (nevera, abrigos, zapatos, alguna mochila, comida, bebida...).

Empezamos a delirar: madre mía, pero ¿dónde vamos a ir a parar? ¿Y si no paramos? ¡Oye! ¿Y si vamos a Futuroscope? ¡Jajajaja! Paramos en una gasolinera y vemos un mapa de Francia que nos pone los pies en la tierra: Futuroscope está en el quinto pino y pronto se hará de noche.

Nuevo plan: pararnos donde creamos que habrá un cámping. Y el elegido es... ¡Burdeos! Vemos una indicación para un cámping. ¡Estamos salvadas! Y encima, la lluvia ha amainado. ¿Qué más se puede pedir? Decidimos que al día siguiente visitaremos la ciudad tranquilamente y sin lluvia (aún conservábamos la esperanza). Llegamos al cámping, donde había menos ambiente que en un entierro, y buscamos una plaza ni muy alejada ni muy cercana de otras tiendas. Empezamos a montar la tienda lo más rápido posible porque nos quedamos sin luz solar (recuerdo que no llevábamos cámping gas), pero el suelo está tan mojado que no queremos ponerla tal cual o acabaremos con una neumonía. Menos mal que sí llevábamos... ¡bolsas de basura! Ponemos una primera capa "protectora" y... cae la noche. Montar una tienda de campaña con la luz de la linterna y de los móviles sólo se lo recomiendo a los más intrépidos. Y vuelve la lluvia... Con la satisfacción del trabajo bien hecho y tan empapadas como encanadas de la risa, nos empieza a entrar el hambre. Pero... ¡si no llevamos sillas! ¡Y llueve a cántaros! Cargamos con los bártulos (platos, cubiertos, vasos, fuet, queso, pan, tomate...) y vamos a mendigar a la recepción para que nos dejen sentarnos ahí para cenar. El recepcionista no sale de su asombro y nosotras apenas podemos comer de la risa que nos da la situación, sobre todo cuando llegan nuevos campistas y nos ven allí, dando pena pero muertas de la risa.

Visita cultural: por la mañana nos vamos del cámping con la tienda chorreando y dejando una reserva natural de ranas bajo nuestra capa protectora; y nos vamos a ver Burdeos. Tras dar mil vueltas intentando encontrar un sitio para aparcar, dejamos el coche en un párking de "zona azul". ¿Para cuántas horas ponemos ticket? ¡Pero para todo el día es carísimo! Bah, nos la jugamos, si lo mismo no pasan... Burdeos es muy bonita, hasta cogimos el trenecito que te da una vuelta y nos comimos un helado (eso sí, con un frío de mil pares). De Burdeos recuerdo vagamente una historieta con un niño que era "nuestro hijo", algo de unos auriculares... y muchas risas. Cuando nos cansamos de la ciudad volvimos a casa, es decir, al coche, para decidir cuál sería nuestro siguiente punto: aún nos quedaba un día de vacaciones. Como souvenir de Burdeos nos llevamos una multa (que nunca pagamos): obviamente sí pasaron a controlar el ticket.

Crisis: puede que mis compañeras de viaje no la sufrieran, pero lo dudo. Tras varios días en la carretera delirando y riendo (muchas veces por no llorar) y sabiéndonos víctimas de los caprichos de la condensación atmosférica, yo empecé a desesperar. Estábamos volviendo hacia la península, así que nuestro rumbo era "hacia abajo" pero sin saber dónde caeríamos muertas. Al final optamos por la misma máxima que nos guió cuando empezamos a subir en el mapa: conducimos hacia abajo hasta que pare de llover, y ahí que nos quedamos. Pero después de más de 6 horas de volante y con todo el cansancio encima (y puede que el mal olor, porque creo que en Francia ni nos duchamos) la idea de conducir un "poco" más y dormir en nuestra cama calentitas y no en una tienda de campaña que estaba lista para escurrir se volvió muy tentadora...

Volvemos a la carga: ¡Pero no podíamos rendirnos! Si no habríamos fracasado: ¿terminar las vacaciones 24 horas antes de lo previsto? ¡Antes muertas! No sé cómo surgió la idea, fue algo como Oye... ¿¡y si vamos a un pueblo en fiestas!? Nos pareció un planazo a las 3, aunque no podíamos creer el grado de locura que habíamos alcanzado en tan pocos días. El cansancio desapareció y nos embargó un sentimiento mezcla de emoción y nervios: habíamos perdido la cabeza. ¡Síiiii! ¿¡Qué pueblos hay ahora en fiestas!? ¿A qué nivel del mapa estamos? ¿Por Navarra? Utilizamos el comodín del público para llamar a la persona adecuada que nos dio la solución y... nos desviamos hacia TUDELA.

No pares, sigue, sigue: ¡Esta fiesta no termina! Aparcamos, nos hicimos con un pañuelo rojo para mimetizarnos con el entorno y cenamos un kebab que me supo a gloria. ¡Los pueblos en fiestas son lo mejor! Nos metimos en un círculo humano en el que no podías parar de correr, bailamos en la calle, bebimos, nos reímos muchísimo y nos hicimos una caricatura para inmortalizar el momento. Dormimos en el coche como benditas. A la mañana siguiente nos despertó una fanática del pueblo: llevaba todos los complementos necesarios para ser la perfecta peñista (pañuelo, gorro, recuerdos de la romería...) ¡hasta se había pasado a ver a la virgen del pueblo! Cuando descubrimos que la fan número 1 de Tudela era nuestra amiga... decidimos que era el momento oportuno para terminar el viaje.

FIN

Moraleja: Empezar un viaje a priori "planeado" y terminar haciendo kilómetros como cosacas para acabar en un pueblo de Navarra en fiestas el mismo día en que has estado en Burdeos... ¡no tiene precio y merece ser contado!

Moraleja 2: Si os pasa algo similar, recordad que al mal tiempo, buena cara. ¡Fue un viaje memorable!

Recorrido original: en morado.
Recorrido improvisado: azul, rojo y amarillo.
Despertarse en Burdeos y acostarse en Tudela en fiestas... ¡no tiene precio!